Pino Bethencourt Gallagher Líderes de mierda Experiencias interrumpidas - 2 El segundo tipo de acontecimiento que desencadena respuestas interrumpidas en los niños es incluso más frecuente que dejar de ver a los padres durante un rato. Los padres acarrean muchas emociones inconscientes que pasan espontáneamente a sus hijos y mascotas todo el rato. Esta es una característica del diseño de los mamíferos que describiré en el capítulo cuatro. Por el momento, simplemente diré que todas las emociones de las que no somos conscientes en nuestro cuerpo afectan a todos y cada uno de los mamíferos que dependen de nosotros. Si ese mamífero tiene un nivel cognitivo que le permite darse cuenta de la emoción que está recibiendo de nosotros y contenerla, entonces se puede proteger de ella. Desgraciadamente, si ese mamífero no es un humano adulto, se verá impotentemente engullido por las ondas de emociones que inconscientemente enviamos hacia él. Los bebés están irremediablemente expuestos a los muchos miedos, dolores, penas y conflictos emocionales que acarrean inconscientemente sus padres. Ya que el enfado oculto de Papá por la injusticia de los mercados financieros es una emoción demasiado fuerte, demasiado grande, demasiado intensa para que el cuerpo de su hijito pueda manejarla, se desencadena una respuesta interrumpida para salvar al niño de una intensidad emocional a la que aún no puede sobrevivir. Si Papá se da cuenta de su propia ira y la contiene, entonces deja de pasársela a sus hijos y mascotas. Sí, los perros, gatos, caballos y demás mamíferos que poseemos también se ven afectados por las emociones de nuestro cuerpo que no contenemos nosotros mismos. Este fenómeno de contagio emocional puede verse fácilmente en la ansiedad familiar cuando los niños empiezan a ponerse inquietos, irritables y francamente molestos en aviones, comidas familiares o trayectos en coche hacia el colegio, por ejemplo. La reacción habitual de los padres es centrarse en los niños para tranquilizarlos de alguna manera, irritándose cada vez más ellos mismos cuando el comportamiento de su hijo empeora en vez de mejorar. La escalada de ansiedad colectiva de la familia solo se detiene cuando los padres se centran en su PROPIA ansiedad y se relajan. Automáticamente, los niños adoptan el ritmo de la recién adquirida serenidad de sus padres e incluso pueden llegar a quedarse dormidos. Este es, por cierto, un excelente truco para dormir a un bebé. ¡Relájate y él se apagará como una bombilla! Sigue cantando nanas en tono agudo mientras mentalmente rumias tu frustración con tu pareja por no ayudarte y prepárate para pasar una laaaaarga noche… Por tanto, para cuando cumplimos siete u ocho años todos hemos pasado por lo que nuestros cuerpos consideraron el infierno infinitas veces. Unos misericordiosos instintos de supervivencia nos salvaron de inimaginables torturas sensoriales ese mismo número de veces, manteniéndonos a la mayoría dentro de unos parámetros consistentes de actitud y comportamiento que no despertaron alarma alguna en nuestros padres estresados. Algunos de nosotros sí sufrimos otras situaciones terriblemente imperfectas como violencia o abusos sexuales, abandono, la muerte de un progenitor o hermano, la adicción a las drogas de uno de nuestros padres, una grave enfermedad en la familia, o accidentes, asesinatos o desastres naturales. Independientemente de que recordemos o no estos acontecimientos, nuestros cuerpos están plagados de recuerdos inconscientes de interrupción. Así es como nuestros patrones de desconexión se graban a fuego en nuestro ser. Bárbara, la académica desconfiada, era el bebé que nunca lloraba. Sus padres estaban encantados con su santa niñita, sin darse cuenta de las sutiles señales de su temprana desconexión: se resistió a mamar durante un periodo peligrosamente largo después de nacer y, luego, apartaba los ojos de la mirada penetrante de sus padres, algo que sigue haciendo como adulto cuando ojos íntimos la contemplan. Los cinco hermanitos que llegaron detrás de ella dejaron a Bárbara en un rincón del radar de sus padres la mayor parte del tiempo a partir de entonces. Como no se quejaba y le iba bien en el colegio, sus padres como que se olvidaron de ella. Y bueno, Bárbara dejó de esperar que ejercieran de padres con ella y empezó a ejercer de madre con sus hermanos para asegurarse de que era útil y su familia la necesitaba. Comprar la aceptación de sus padres fue el principio de su vida de dar demasiado por adelantado con el fin de ser incluida y aceptada. Comprar el interés de los hombres, incluso antes de que se hayan fijado en ella, ahuyenta a cualquier pretendiente potencialmente serio. El cuerpo, de hecho, considera las experiencias interrumpidas como incidentes traumáticos. La palabra trauma está bastante estigmatizada en nuestra sociedad porque hasta hace poco no sabíamos realmente cómo recomponer a las personas rotas. Aún existe un temor muy extendido de que un trauma provoca de por vida un defecto incurable que no puede superarse. Vemos a las personas traumatizadas como seres rotos que nunca podrán «arreglarse», como Humpty Dumpty, aquel huevo medieval de la canción infantil anglosajona que se sentó en un muro y sufrió una gran caída. «Todos los caballos del rey y todos sus hombres no pudieron recomponer a Humpty Dumpty otra vez.» Los traumas están tan estigmatizados que los que los sufren a menudo prefieren mantenerlos en secreto frente a los demás para evitar reacciones de temor, críticas y abiertos rechazos. Los ejecutivos en particular se mantienen tan lejos como les es posible de la palabra trauma porque implica debilidad. Aunque recuerden haber experimentado un entorno familiar claramente disfuncional, su reacción habitual es intentar olvidarlo con la esperanza de seguir adelante con unas vidas nuevas. El drama del trauma, o de las experiencias interrumpidas como yo lo estoy llamando, es que no podemos dejar de repetir los mismos patrones disfuncionales de los que estamos intentando escapar hasta que no dejemos de huir hacia delante, hacia el futuro. Los soldados que vuelven de la guerra no son las únicas personas que van por ahí con TEPT. Todas las personas civilizadas van por ahí también en un estado de shock postraumático. Lo único que pasa es que no lo sabemos. Si sospechamos que parte de nuestra infancia podría calificarse con palabras como trauma y TEPT, generalmente intentamos olvidarnos de todo lo posible sobre nuestra historia y familia. Prometemos forjarnos una nueva vida y puede que incluso nos traslademos a vivir a otro país para poner kilómetros entre nosotros y los lejanos acontecimientos en los que nuestro cuerpo interrumpió sus respuestas naturales a la vida. Puede que pasemos muchas décadas escapando de algo que llevamos dentro de nuestros cuerpos como un tatuaje oculto bajo nuestra piel. Y aún así, un trauma no es más que una respuesta interrumpida del sistema nervioso y hoy en día sabemos cómo solucionarlo. Estas respuestas interrumpidas que, en mayor o menor medida, todos hemos acumulado durante la infancia, son la huella original que genera los sesgos que mostramos como líderes en nuestra vida adulta. La represión de un miedo insoportable como niño, por ejemplo, dará como resultado un adulto excesivamente cauto, o aún peor, un líder inconexo que se mete en negocios de alto riesgo porque ha perdido toda conexión con los sensores de peligro de su cuerpo. Pasa lo mismo con la falta de empatía, la resistencia a la autoridad, la avaricia excesiva, la falta de compromiso con el equipo y prácticamente todas las demás debilidades de liderazgo que definamos. Nuestras experiencias interrumpidas graban patrones de desconexión en nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos, a su vez, interrumpen su abanico de movimientos posibles, lo que provoca un sesgo en nuestras respuestas. Y el sesgo genera un exceso de basura desde entonces en adelante. El día en que dejamos de huir de nuestro pasado y empezamos a conectar con nuestro cuerpo es el día en que empezamos a resolver el enigma de quiénes somos. Ese día empezamos a recuperar la flexibilidad de movimiento, emoción y respuesta que necesitamos para ser líderes limpios, que no generan basura, y guerreros de lo Salvaje…

Теги других блогов: psicología niños emociones